domingo, 23 de octubre de 2011

Pizarnik de bolsillo

Lo que pasa es que sos tan predecible, me decís. Por ejemplo, sin que me digas ni A, te puedo decir ya, sin dudas y sin pensarlo demasiado, qué frase es la que te impactó más del libro de Casas.
Yo me quedo mirandote y no te digo nada, ya sé que vas a largar el monólogo igual.
Es esa, la de la Pizarnik de bolsillo, no? Ese párrafo... seguro que te encantó ese párrafo.
Sigo sin decir nada.
Sí, seguro que es ese. Pará, lo voy a buscar.
Y lo buscás, y me lo leés.
Yo me retuerzo un poco cuando llegás a la cita de Flaubert, de reojo me mirás y te sonreís triunfante, sabés que la pegaste, que es verdad lo que dijiste y te encanta. Te encanta ganar, te encanta hacerme notar que podés darte cuento de lo que está pasando por mi cabeza tan facilmente.
Ves, ves que sos predecible.
No es que sea predecible, es que vos me leés la mente. Es eso. Como ahora, seguramente, te estás riendo de esa manía que tengo de inventar conversaciones en mi cabeza.




Ahora les tengo que hablar de mi. De como llegue al edificio amarillo y esas cosas. Yo tenia 22 o 23 años y tambien me hallaba en lo mas profundo del hecho consumado.
En una fiesta donde se presentaba una revista de poesia, conoci a una chica que me intrigo rapidamente porque estaba dormida en un sillon en el medio de un gran estrepito general. La chica parecia una Pizarnik de bolsillo. Toda vestida de negro, con zapatones inmensos similares a esos telefonos viejos de Entel. En un escenario improvisado, Rodolfo Lamadrid, el credito local, recitaba sus poemas con el tono de un presentador de boxeo. La gente aplaudia y se reia a rabiar porque los poemas eran muy graciosos. Despues empezo a tocar una banda heavy. Pero la bella durmiente ni se inmuto. ¿Por donde andaras?, me pregunte, y como si este pensamiento me activara un resorte, agarre un volante que habian estado repartiendo unos melenudos y en el dorso escribi "Basta que miremos demasiado fijo una cosa, para que empiece a resultarnos interesante" y le agregue el telefono de la casa de mis viejos. La cita era del enfermo de Flaubert y la elegi porque no era del todo elogiosa. Hice un sobre con el papel y, despacio, me acerque hasta ella y se lo puse entre el brazo derecho y el estomago. Ni se mosqueo.
Una semana despues, mi hermana me desperto y me paso el telefono. "Soy la cosa", me dijo una voz ronca.-






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