lunes, 29 de diciembre de 2008









jueves, 25 de diciembre de 2008


domingo, 21 de diciembre de 2008

Kundera, Milan, El libro de la risa y el olvido, Buenos Aires, Seix Barral, 1991

«Soplaba el viento y el suelo estaba hecho un barrizal. Frente a la sepultura abierta los asistentes al funeral formaban un semicírculo irregular. Ahí estaban, estaban casi todos sus conocidos, la actriz Hana, los Clevis, Bárbara y por su puesto los Passer: su mujer, el hijo que lloraba y la hija.
Dos hombres con trajes muy gastados izaron las cuerdas sobre las que descansaba el féretro. En ese mismo momento se acercó a la sepultura un hombre muy emocionado, con un papel en la mano, se dio media vuelta hacia los sepultureros, miró al papel y comenzó a leer en voz alta. Los sepultureros lo miraron, dudaron un momento si tenían que volver a dejar el cajón a la sepultura, pero luego comenzaron a bajarlo lentamente al hoyo, como si hubieran decidido ahorrarle al muerto un cuarto discurso.
La inesperada desaparición del féretro hizo que el orador se sintiese inseguro. Todo su discurso estaba elaborado en segunda persona del singular. Se dirigía al muerto, le agradecía y respondía a sus supuestas preguntas. El féretro llegó al fondo del pozo, los sepultureros sacaron las cuerdas, se quedaron humildemente de pie junto a la tumba. Al darse cuenta de la insistencia con la que el orador se dirigía a ellos, agacharon la cabeza, confusos.
Cuanto más se daba cuenta el orador de lo inadecuado de la situación, más lo atraían aquellas dos tristes figuras y tenía que hacer un gran esfuerzo para arrancar los ojos de ellas. Se dio vuelta hacia el semicírculo de los asistentes al entierro. Pero ni aún así sonaba mejor su discurso en segunda persona porque parecía como si el finado se ocultase en medio de la gente.
¿Hacía dónde podía mirar? Dirigió la mirada angustiado al papel y a pesar de que se sabía su discurso de memoria no levantó la cabeza de las letras.
Todos los presentes estaban poseídos por una especie de inquietud aumentada por los neuróticos golpes de viento que los sacudían a cada momento. Papá Clevis tenía el sombrero bien encasquetado en la cabeza, pero el viento era tan fuerte que de repente se lo arrebató y lo hizo posarse entre la sepultura abierta y la familia Passer que estaba en primera fila.
En un principio su intención fue atravesar la masa de gente y recoger el sombrero, pero inmediatamente se dio cuenta de que como comportamiento daría la impresión de que le importaba más el sombrero que la solemnidad del homenaje dedicado al amigo. Decidió por lo tanto no interrumpir y hacer como si no hubiese pasado nada. Pero no fue una buena solución. Dese el momento en que el sombrero fue a dar al espacio abierto que había ante la tumba, el cortejo fúnebre se intranquilizó aún más y ya no fue capaz de atender a las palabras del orador. El sombrero, con toda su humilde quietud interrumpía la ceremonia mucho más que si Clevis hubiera dado un par de pasos para recogerlo. Por eso le dijo al que estaba delante de él perdone y atravesó el gentío. Se encontró así en el espacio vacío (parecido a un pequeño escenario) que había entre la tumba y los invitados al entierro. Se agachó, estiró el brazo, pero en ese momento el viento volvió a soplar e impulsó al sombrero un poco más hacia delante, junto a los pies del orador.
En ese momento ya nadie pensaba más que en papá Clevis y su sombrero. El orador no sabía nada del sombrero pero comprendió que estaba ocurriendo algo entre su auditorio. Levantó la vista del papel y con sorpresa se encontró con un desconocido que estaba a dos pasos de distancia y lo miraba com si se preparase para saltar. Volvió la vista rápidamente hacia las letras: quizá tenía la esperanza de que al volver a levantarla la increíble aparición se hubiese esfumado. Pero cuando la levantó, el hombre seguía allí y continuaba mirándolo.
Y es que papá Clevis no podía ni avanzar ni retroceder. Echarse bajo los pies del orador le parecía atrevido y volver sin el sombrero ridículo. Se quedó por lo tanto inmóvil, paralizado por su indecisión, intentando en vano que se le ocurriese alguna solución.
Ansiaba que alguien le ayudase. Miró a los sepultureros. Estos estaban inmóviles al otro lado de la sepultura, mirando fijamente a los pies del orador.
En ese momento volvió a soplar el viento y el sombrero se desplazó lentamente hasta el borde de la sepultura. Clavis tomó la decisión. Se adelantó con energía, estiró el brazo y se inclinó. El sombrero retrocedía y retrocedía ante él, hasta que por fin, un instante antes de que llegara a cogerlo, resbaló por el borde y cayó al hoyo.
Clevis extendió aún el brazo hacia él, como si quisiera llamarlo para que volviese, pero inmediatamente después decidió comportarse como si nunca hubiese existido ningún sombrero y él estuviese junto al borde de la sepultura sólo gracias a alguna casualidad insignificante. Intentó entonces comportarse con naturalidad y soltura, pero era muy difícil, porque todos los ojos se dirigían hacia él. Tenía la cara estirada por una extraña mueca, trataba de no ver a nadie y fue situarse a la primera fila donde sollozaba el hijo de Passer.
Cuando desapareció la peligrosa visión del hombre listo para saltar, el hombre del papel se tranquilizó y levantó los ojos hacia el gentío que ya no oía nada de lo que decía, para pronunciar la última frase de su discurso. Después se dio la vuelta hacia los sepultureros y exclamó en tono muy solemne «Viktor Passer, los que te han amado nunca te olvidarán. Descansa en paz».
Se agachó hacia el montón de tierra que estaba junto a la tumba, cogió un poco de tierra con una pequeña pala que allí había y se inclinó sobre la sepultura. En ese momento una ola de risa ahogada agitó las filas de los asistentes al acto. Todos se imaginaban que el orador, que se había quedado paralizado con la pala llena de tierra en la mano inmóvil hacia abajo, veía al fondo del féretro y encima de él el sombrero como si el muerto, en vano intento por mantener la dignidad, no hubiera querido permanecer con la cabeza descubierta durante un discurso tan solemne.
El orador se contuvo, echó la tierra sobre el féretro, cuidando de que no tocase el sombrero, como si debajo de él se escondiese realmente la cabeza de Passer. Le pasó la gala a la viuda. Sí, todos tuvieron que beber el cáliz de la tentación final, todos tuvieron que luchar en ese horrible combate contra la risa. Todos, incluso la mujer, el hijo que sollozaba, tuvieron que coger la tierra con la pala e inclinarse sobre el hoyo en el que estaba el féretro con el sombrero puesto, como si Passer, con su optimismo y su vitalidad incorregibles, sacase la cabeza fuera.»

sábado, 20 de diciembre de 2008



Free as a bird,
it's the next best thing to be.
Free as a bird



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lunes, 15 de diciembre de 2008

Especially when the October wind
With frosty fingers punishes my hair,
Caught by the crabbing sun I walk on fire
And cast a shadow crab upon the land,
By the sea's side, hearing the noise of birds,
Hearing the raven cough in winter sticks,
My busy heart who shudders as she talks
Sheds the syllabic blood and drains her words.

Shut, too, in a tower of words, I mark
On the horizon walking like the trees
The wordy shapes of women, and the rows
Of the star-gestured children in the park.
Some let me make you of the vowelled beeches,
Some of the oaken voices, from the roots
Of many a thorny shire tell you notes,
Some let me make you of the water's speeches.

Behind a pot of ferns the wagging clock
Tells me the hour's word, the neural meaning
Flies on the shafted disk, declaims the morning
And tells the windy weather in the cock.
Some let me make you of the meadow's signs;
The signal grass that tells me all I know
Breaks with the wormy winter through the eye.
Some let me tell you of the raven's sins.

Especially when the October wind
(Some let me make you of autumnal spells,
The spider-tongued, and the loud hill of Wales)
With fists of turnips punishes the land,
Some let me make you of the heartless words.
The heart is drained that, spelling in the scurry
Of chemic blood, warned of the coming fury.
By the sea's side hear the dark-vowelled birds.




Especially when the October Wind
by Mr. Dylan Thomas

domingo, 14 de diciembre de 2008

me miro los pies verdes, todo siempre es tan absurdo en mi
cada intento fallido de comprenderme flotando en el charco de lluvia del patio de atrás
embarrados sentimientos, pensamientos, confusiones...
el reflejo del rocío muestra una mueca de inconformidad en mi rostro
siempre igual de exigente, igual de tensa.
y si las nubes despejan, no lo hacen así en mi cabeza,
nunca bajo la guardia, nunca dejo que te acerques demasiado
la barrera invisible que nos separa me sirve para manternerme alejada de vos,
así no me lastiman ni tu indiferencia ni tu desprecio.
A stranger has come
To share my room in the house not right in the head,
A girl mad as birds

Bolting the night of the door with her arm her plume.
Strait in the mazed bed
She deludes the heaven-proof house with entering clouds

Yet she deludes with walking the nightmarish room,
At large as the dead,
Or rides the imagined oceans of the male wards.

She has come possessed
Who admits the delusive light through the bouncing wall,
Possessed by the skies

She sleeps in the narrow trough yet she walks the dust
Yet raves at her will
On the madhouse boards worn thin by my walking tears.

And taken by light in her arms at long and dear last
I may without fail
Suffer the first vision that set fire to the stars.













No vayas tan confiado esa noche,
la vejez quemara y delirara al final del día
Odio, odio contra la muerte de la luz.

Aunque los inteligentes saben al final que la oscuridad esta bien,
Porque sus palabras no van por las ramas ellos
No van confiados esa noche.

Los hombres buenos, los que quedan, lloran por lo brillantes
Que sus delicadas hazañas podrían haber danzado en la verde bahía,
Odio, odio contra la muerte de la luz

Los hombres salvajes que alcanzan y cantan al sol en vuelo.
Y aprenden, demasiado tarde, que ellos se afligieron a su manera
No van confiados esa noche.

Hombres importantes, cerca de la muerte, que ven con vista ciega
Ojos ciegos que pueden arder como los meteoros ser felices,
Odio, odio contra la muerte de la luz.

Y tu, mi padre, ahí en tu alta tristeza,
Maldice, bendice, a mí ahora con tus fieras lagrimas, ruego,
No vayas confiado esa noche.
Odio, odio contra la muerte de la luz.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

water curses - animal collective








geniiiaal

martes, 2 de diciembre de 2008

Te despertás a las 6.30 de la mañana, mirás el reloj y decís "no me quiero levantar, ya fué me quedo en la cama, total, seguro que va a ser un día de mierda como todos los demás". pero tu sentido de responsabilidad es más fuerte que tus ganas de no hacer nada (al menos en ese preciso momento) entonces te estirás, bostezas, te destapás, sacas una pierna por uno de los costados de la cama, pero te da frío entonces te tapas de nuevo y decis "cinco minutos más". te dormis y pasan 23 minutos, es decir te quedan 7 minutos exactos para ir al baño a hacer pichín, lavarte los dientes y la cara, ponerte el uniforme (pollera, pantalón, lo primero que encuentres) tomar un nesquick, cazar la mochila e ir a la bendita escuela con esa cara de zombie recién resucitado que te caracteriza.
olvidate de estirarte, bostezar y todos los ritos madrugadores, que son fundamentales para estar de buen humor. es muy tarde para todo eso. y gracias si llegás a desayunar. en cuestión, empezás el día con todas las pilas (puff), lo que hace que estés irritable, bajoneado, sin ganas de hacer nada.
y lo peor es que mientras el día transcurre te vas arrepintiendo cada vez más de haberte levantado a la mañana... "hubiera seguido durmiendo".


la historia de mi vida.