domingo, 15 de julio de 2012

El problema con la literatura, como con la vida, dice don Crispín, es que al final uno siempre termina volviéndose un cabrón.




Joaquín Font, Clínica de Salud Mental El Reposo, camino del Desierto de los Leones, en las afueras de México DF, enero de 1977. 


Hay una literatura para cuando estas aburrido. Abunda. Hay una literatura para cuando estas calmado. Estas es la mejor literatura, creo yo. También hay una literatura para cuando estas triste. Y hay una literatura para cuando estas alegre. Hay una literatura para cuando estas ávido de conocimiento. Y hay una literatura para cuando estas desesperado. Esta última es la quisieron hacer Ulises Lima Y Belano. Grave error, como se vera a continuación. Tomemos, por ejemplo, un lector medio, un tipo tranquilo, culto, de vida más o menos sana, maduro. Un hombre que compra libros y revistas de literatura. Bien, ahí esta. Ese hombre puede leer aquello que se escribe para cuando estas sereno, para cuando estas calmado, pero también puede leer cualquier otra clase de literatura, con ojo critico, sin complicidades absurdas o lamentables, con desapasionamiento. Eso es lo que yo creo. No quiero ofender a nadie. Ahora tomemos al lector desesperado. ¿Que es lo que ven? Primero: se trata de un lector adolescente o de un adulto inmaduro, acobardado, con los nervios a flor de piel. Es el típico pendejo (perdonen la expresión) que se suicidaba después de leer el Werther. Segundo: es un lector limitado. ¿Por qué limitado? Elemental, por que no puede leer mas que literatura desesperada o para desesperados, tanto monta, monta tanto, un tipo o un engendro incapaz de leerse de un tirón En busca del tiempo perdido, por ejemplo, o La montaña mágica (en una modesta opinión un paradigma de la literatura tranquila, serena, completa), o, si a eso vamos, Los miserables o Guerra y paz. Creo que he hablado claro, ¿no? Bien, he hablado claro. Así les hable a ellos, les dije, les advertí, los puse en guardia contra los peligros a que se enfrentaban. Igual que hablarle a una piedra. Otrosí: los lectores desesperados son como las minas de oro de California. ¡Más temprano que tarde se acaban! ¿Por qué? ¡Resulta evidente! No se puede vivir desesperado toda una vida, el cuerpo termina doblegándose, el dolor termina haciéndose insoportable, la lucidez se escapa en grandes chorros fríos.

El lector desesperado (mas aun el lector de poesía desesperado, ese es insoportable, créanme) acaba por desentenderse de los libros, acaba ineluctablemente convirtiéndose en desesperado a secas. ¡O se cura! Y entonces, como parte de su proceso de regeneración, vuelve lentamente, como entre algodones, como bajo una lluvia de píldoras tranquilizantes fundidas, vuelve, digo, a una literatura escrita para lectores serenos, reposados, con la mente bien centrada. A eso se le llama (y si nadie le llama así, yo le llamo así) el paso a la adolescencia a la edad adulta. Y con esto no quiero decir que cuando uno se ha convertido en un lector tranquilo ya no lea libros escritos para desesperados. ¡Claro que los lee! Sobre todo si son buenos o pasables o un amigo se los ha recomendado. Pero en el fondo ¡lo aburren! En el fondo esa literatura amargada, llena de armas blancas y de Mesías ahorcados, no consigue penetrarlo hasta el corazón como si consigue una página serena, una pagina meditada, una pagina ¡técnicamente perfecta! Y yo se los dije. Se los advertí. Les señale la página técnicamente perfecta. Les avise de los peligros. ¡No agotar un filón! ¡Humildad! ¡Buscar, perderse en tierras desconocidas! ¡Pero concordada, con migas de pan o guijarros blancos! Sin embargo yo estaba loco, estaba loco por culpa de ellos, por culpa de Laura Damián, y no me hicieron caso.


R.B.

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