viernes, 25 de noviembre de 2011

Ibas tan libre, tan lleno, tan solo. Caminabas entre la gente, esquivando señoras que caminan lento, bordeando charcos, apurando el paso cada tanto, como si supieras que te seguía aunque jamás te diste vuelta. Pero sí, yo te seguía el paso, te pisaba los talones de a ratos y luego te perdía entre paraguas. Siempre tuviste esa habilidad de pasar por desapercibido, un poco sin querer pero mayormente muy a propósito. En un momento estabas entre la señora del paraguas gris y el hombre de traje que se cubría la cabeza con su portafolio, y en medio segundo de distracción ¡pum! ya no estabas más. Yo te buscaba entre los colores flotantes y las gotas húmedas en esa Buenos Aires que tan bien nos conocía, te buscaba pero sin desesperación, sabiendo que estaba escrito nuestro encuentro, sabiendo que lo escrito escrito está y no hay tiempo que pueda burlarlo. Y así pasaba que, sin planearlo pero sin sorpresas, como si fuera lo más natural del mundo, en cuanto paraba en un semáforo de golpe te veía, deslizándote silenciosamente por al lado de la chica del paraguas a rayas, saltando del cordón a la calle, vadeando los autos con esa sonrisa irónica. Entonces doblabas en la esquina de Defensa y caminabas cada vez más rápido por esas veredas angostas que habían sentido ya demasiadas veces tus pasos. Las fachadas de las casas se reían de nosotros, de nuestro juego, crueles en su inmutabilidad, fieles a su estancamiento, se reían, se reían del paso del tiempo.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Diario, hoy.

Un rato después de que se fueran los brasileros que me distrajeron toda la tarde, y se fuera también el flaco medio rayado que estaba sentando al lado mio (se paraba, se asomaba por la ventana, se estiraba, se iba, volvía, hablaba solo y para rematar, cuando se fue, dijo "chau" fuerte, casi gritando, pero no sé a quién), un rato después de todo eso, me pudrí de mi propia locura creciente al no poder hacer bien un solo ejercicio de bonos, así que guardé las cosas en la mochila y dejé la biblioteca. Bajé las escaleras, salí de la facu (por la puerta del medio no, ¡obvio!) y fui hasta el subte. Mientras hacía la cola para recargar la monedero, estaba pensando en que podría ir hasta Callao y ver si conseguía algún otro libro de Casas. Pero decidí que mejor sería volver temprano, entonces ni bien el saldo de la tarjeta pasó de 0,60 a 30,60, pasé por el molinete del lado de Congreso de Tucumán y, al escuchar el ruido del tren acercandose, bajé rápido las escaleras y llegué a tomarlo justo antes de que se cerraran las puertas.
Estaba bastante lleno, lo que incrementó mi ya notorio mal humor, así que cuando paró en Plaza Italia decidí a último momento bajarme e ir caminando el último tramo (para fumarme un pucho, claro). Y eso mismo hice, salí de la estación, prendí un pucho y empecé a caminar despacio, disfrutando del viento y la calma de la vuelta a casa.
De camino, pasé por la feria de libros usados que está por Santa Fe, y cuando vi que había todavía algunos puestos abiertos un impulso me llevó a cruzar la calle. Pregunté por Fabián Casas. Nada. Pregunté por Salinger. Nada. Hasta que un hombre que estaba sentado charlando con uno de los vendedores, me pregunta "Buscas The catcher in the Rye?" No, le digo y le explico que en realidad buscaba algún otro libro de Salinger. "Ah, pero The catcher in the Rye es muy bueno, vení, vamos a ver..." y en eso, antes de que me diera oportunidad de decirle que sí, que efectivamente es muy bueno, y que sí, ya lo leí, el hombre se embarcó en la expedición de ir preguntando puesto por puesto a sus compañeros vendedores si tenían dicho libro. Llegamos al anteultimo, donde, guardado entre un pilón enorme de libros llenos de polvo, estaba justamente, el libro del querido J.D. "Mirá, acá está. Está 40, cuando termines de leerlo venís y te lo compro a 20, por lo menos te ahorrás 20 que podés usar en comprar otro libro!" Me dice con una mueca, que casi casi simulaba una sonrisa. Y bueno, le digo, buenísimo. No tenés algun otro de Salinger? Me responde que no, que los otros están en portugués. Me quedé pensando un rato, pero antes de que me diera cuenta, tenía el libro en la mano y estaba retomando camino hacia el departamento.
Salinger me está persiguiendo por todos lados y me encanta. Ayer, mientras hacía tiempo para encontrarme con Tami en la estación, pasé de pura casualidad por SBS y pregunté si tenían Franny and Zooey. Me dijeron primero que sí, que estaba 80 y pico, y cuando me estaba yendo, me dice la muchacha desde el mostrador: "Tengo uno en depósito de otra edición que está 43!" Listoooo, traemelo!!
Y así, Salinger me persigue. Y me fascina. Ahora, gracias al hombre que se entercó en que yo tenía que tener The catcher in the rye en mis manos, voy a releerlo mientras tomo este café. Gracias señor, tenía usted muchísima razón.

martes, 1 de noviembre de 2011

Es gracioso cómo hacés para plasmar tan hermosamente en una hoja todo eso que yo ni siquiera puedo expresar en palabras. Gracioso? No, no es gracioso. Es enfermo. Pero es, es así y bla bla bla. Y yo ya estoy cansada. No quiero hablar más de distancias, ni de destiempos, ni de por qués y para qués y cómos; no quiero hablar más de voses y de mis, ni de futuros y pasados, ni de planes y recuerdos; no quiero hablar más de haceres y quehaceres y de queharán, ni de viejos aromas y nuevos tactos, ni de antes y después; no quiero hablar más de casualidades ni de destinos, ni de buscares y encontrares, ni de olvidar, recordar, extrañar. No quiero hablar más de vos en mi cabeza.